Comentario
Criterio "científico" e historiográfico de Cieza
Cuando aún no había nacido en el quehacer del historiador lo que hoy se llama crítica histórica, compulsa de datos y de fuentes, de un modo intuitivo Cieza ya aplica la discreción de no creérselo todo, sino que usa dos sistemas: a) el de decir que hay varias versiones, contradictorias a veces, y b) su buen sentido crítico, y sobre todo, la comprobación personal. Así visita Huanacauri, y cuando oye que el milagro de Viracocha se atribuye a San Bartolomé, como anotamos en el lugar correspondiente, y que hay una estatua que puede ser la de un apóstol, no se fía y al pasar por Cacha (Rajchi) en 1549, llega hasta el Santuario y ve -- si mis ojos no están ciegos -- que no hay tal, que es un indio con su llautu lo que representa la escultura.
Si el lector guarda atención al relato que hace Cieza de los hechos, características de las conquistas, benevolencia de los sucesivos Incas etc., irá notando que es la repetición de un cliché prefabricado, que le ofrecen sus informantes, pero pese a ello --con la sospecha de la simultaneidad posible o alternativa de los Hanan y los Hurin Coscos-- quedan dos cosas patentes en la obra presente: a) el esqueleto histórico, cierto, del progresivo ensanchamiento del territorio sometido a Cuzco, b) la regularización de esta historia, en lo que concierne al modus operandi de los soberanos o señores Yngas Yupaques, elaborado sabiamente por historiadores aúlicos. Queda, sin embargo, en el aire --tema aún no resuelto-- la información que le daban constaba o no en unos res gestae, los quipus, o simplemente había sido grabada en la memoria, repetida en las escuelas, hasta el hastío, por los encargados de transmitir las glorias de los Inkas.
Quede terminantemente expresado no sólo que Cieza es el príncipe de los cronistas del Perú, por su primacía en el tiempo, sino también porque es el arquitecto que traza la estructura histórica que todos los demás seguirán en el futuro.
Manuel Ballesteros Gaibrois